Saltar al contenido principal

“Buscamos en el pasado para construir el futuro”

Entrevista para La Razón
Abelardo Linares y Elena Jiménez - Entrevista La Razón
Abelardo Linares y Elena Jiménez. Entrevista La Razón. Fotografía Ke-Imagen.

Compartimos la entrevista realizada para el diario La Razón con motivo del Primer Premio del Concurso Internacional de Arquitectura Richard H. Driehaus, con el proyecto «Béjar ante el espejo». Noticia redactada por Silvia Fernández Mesa y publicada el 1 de Septiembre del 2019. Fotografía de Ke-Imagen. 

¿Cuándo y cómo surge vuestro estudio?

Nuestro estudio se funda en 2017. Llevábamos varios años trabajando en Madrid; en los estudios de Alberto Campo y Rafael de La Hoz, ambos de reconocido prestigio y que nos han aportado visiones complementarias de la arquitectura. Sin embargo, a finales de ese año surgió la oportunidad de volver a Sevilla y decidimos cerrar aquella etapa y fundar aquí nuestro propio estudio. Casi al mismo tiempo, se convocó la primera edición del Concurso de Arquitectura Richard H. Driehaus y aquel fue el primer concurso al que nos presentamos.

¿Qué os animó a presentaros?

Acabábamos de salir de una crisis donde la construcción había tenido un papel clave, y sin embargo el debate dentro de la arquitectura se limitaba a condenar algunos excesos, como esos proyectos faraónicos de museos, estadios o aeropuertos, que en los últimos años hemos etiquetado como “arquitectura espectáculo”. A nosotros esta crítica nos parecía muy superficial. Y es por eso por lo que nos resultó tan atractiva la iniciativa de Richard H. Driehaus: porque proponía un debate en torno problemas reales y acuciantes. Problemas como la despoblación, ¿Cómo podemos ayudar a revitalizar pueblos y pequeñas ciudades?, o la desaparición de los oficios tradicionales, ¿Cómo reintroducir las técnicas y los materiales locales en nuestros proyectos? Y eso suponía para nosotros trabajar de una forma totalmente nueva.

¿Qué hace distinto al Concurso Driehaus?

Desde fuera puede parecer una iniciativa habitual, pero en el mundo de la arquitectura encontrar un concurso donde las bases se establecen en torno al concepto de la tradición es realmente extraordinario. Las escuelas de arquitectura no suelen enseñar nada anterior al siglo XIX. Se explica que durante ese siglo el lenguaje clásico se agotó, y que el movimiento moderno vino para liberarnos del yugo de la tradición. Por lo que la recuperación de a cualquier idea anterior es ir en contra del sentido del progreso.

Frente a esto, surge la iniciativa de Richard H. Driehaus, un empresario y filántropo americano enamorado de España y de la cultura clásica. A los ojos de muchos arquitectos, esto es un contrasentido: él es el fundador de un fondo de inversión con sede en Chicago; como tal, debería ser un firme defensor de los rascacielos de vidrio y el estilo high-tech… y sin embargo, promueve un concurso para potenciar una forma de hacer arquitectura sencilla, ecológica y vernácula. Y eso a mucha gente le parece demasiado radical.

Al final, te das cuenta de que lo radical es volver la espalda a toda la tradición arquitectónica, pensar que la originalidad es un valor absoluto, o que un edificio que va a durar cien años tiene que ser una metáfora perfecta del presente…

¿Qué supuso ganar el primer premio para vuestro estudio?

Ganar el concurso para la Plaza Mayor de Jaca nos dio visibilidad y nos permitió entrar en contacto con una red de arquitectos valiosísimos con los que compartimos inquietudes. La mayoría de los participantes en el concurso son jóvenes que, como nosotros, buscan en el pasado para construir el futuro.

Con respecto al proyecto, la idea para este espacio no era nueva, había surgido ya a finales de los años 90 por lo que era una iniciativa que el ayuntamiento había ido madurando con el tiempo, pero para el que no había una formalización concreta. Nuestra propuesta intentaba aunar las dos escalas de la ciudad de Jaca; la popular de calles estrechas con pasajes y arcos bajos, y la de los grandes espacios urbanos, como la catedral o la ciudadela. Una intervención muy respetuosa con el contexto y que tuvo muy buena acogida por parte de la ciudadanía. Pero también es un proyecto complejo y a largo plazo.

¿Y ganarlo por segunda vez este año?

Ganar de nuevo el concurso este año ha sido para nosotros muy importante. En primer lugar, porque creemos profundamente en la necesidad del proyecto: Béjar tiene un casco histórico y un legado industrial excepcional, rodeado por un paisaje impresionante, pero también muy despoblado y degradado, por lo que necesita un proyecto que lo revitalice. El segundo hecho que nos anima a ser optimistas es que cada vez más gente se interesa por nuestra forma de trabajar. Una arquitectura que se preocupa mucho por el programa, por el tiempo y la imagen de conjunto y muy poco por reivindicarse a sí misma.

Dos menciones de Honor y dos primeros premios, ¿qué balance hacéis?

Los concursos de arquitectura tienen siempre un aspecto positivo inmediato: te obligan investigar, a reordenar tus ideas y a confrontarlas con las de otros equipos. Y esto, tanto si ganas como si no, es algo profundamente saludable para cualquier estudio.

¿Y algún aspecto negativo?

Como aspecto negativo, el principal problema que presentan este tipo de proyectos es la incertidumbre. Cualquier intervención en la ciudad existente exige modificar el planeamiento vigente, que los ayuntamientos consigan dotación presupuestaria, coordinar a los distintos propietarios… y todo eso son años de trabajo de mucha gente sin garantía de que el proyecto llegue a buen puerto.

 ¿Qué proyectos están realizando ahora mismo?

Para nosotros, cada proyecto es el más importante. Desde la Fundación Brines en Elca a un equipamiento público para el Ayuntamiento de Mairena, pasando por varios proyectos residenciales en Sevilla y Madrid en los que hemos puesto especial cariño. Y mirando a un futuro próximo, la intervención sobre el patrimonio industrial de Béjar.

Sus obras arquitectónicas tienen mucho de historia, metáfora y poesía para su creación. ¿Cuál es su fuente de inspiración?

La arquitectura moderna tiene una cierta tendencia a la metáfora, pero no a una metáfora figurativa, sino a otra más deshumanizada y abstracta. A veces parece que el edificio sea la excusa perfecta para pontificar sobre cualquier tema siempre y cuando sea lo suficientemente teórico: nuevas tecnologías, cambios sociales, arte contemporáneo. Sinceramente no entendemos como esto le puede interesar ni remotamente a un ciudadano que quiere una plaza. Así que cuando proyectamos tratamos de ser muy pragmáticos: ¿si a todos nos gustan los centros de nuestras ciudades, por qué no centrarnos en recuperar sus valores?

Estudiamos el contexto, su historia, tratamos de escuchar a la gente y con todo ello hacer una arquitectura que parezca que siempre ha estado ahí.

Algo más personal:

¿Cómo están organizados? ¿quién es el más racional? ¿y el emocional?

Somos bastante racionales y tremendamente exigentes con lo que producimos. Nuestra arquitectura quiere parecer sencilla, pero eso conlleva un enorme esfuerzo de precisión detrás. Son muchos días de trabajo hasta que damos con la clave, con la solución más elegante al problema que tenemos delante. Y ahí el trabajo en equipo es fundamental, no podríamos llevar adelante estos trabajos sin la ayuda de nuestros colaboradores: Paloma y Javier.

Para terminar, ¿algún libro que recomendar?

Sobre arquitectura, recomendaríamos La otra arquitectura moderna de David Rivera, que es un recorrido apasionante por los grandes maestros que no salen en los manuales. Como novela recomendamos Memorias de Adriano, que es la autobiografía que Marguerite Yourcenar dedica al emperador arquitecto. Un texto tan clásico como moderno, que nos hace retroceder 1900 años para redescubrir todo lo que tenemos en común.

Ver entrevista en La Razón